Si un día pierdo la memoria…
Y tengo que elegir a alguien que me diga quién soy,
no voy a elegir a Nicole.
Porque ella no se acuerda de nada bueno que hice.
Ni de las comidas ricas que le preparé,
ni de las horas peinándola para que la raya quedara perfecta (o al menos derecha).
Olvidó todas las ropitas lindas que le compraba,
y ni hablar de los malabares que hacía para que tuviera sus benditos útiles de Keepling y de Hello Kitty…
Una desmemoria selectiva olímpica.
Tampoco a Gaby.
Porque aún anda en proceso de sanación,
descubriendo que fue ella quien me entrenó para ser mamá,
que yo tampoco sabía…
Y que todo lo que aprendí fue al tenerla por primera vez en mis brazos,
sintiendo que ese —justo ese— era el papel que quería interpretar en esta vida.
Pero como ella tiene claro que sus traumas vienen de haber estudiado en una escuela cristiana donde Darwin era mala palabra,
probablemente va a decirme que mis métodos están caducados,
y que no me acuerde de nada es hasta una oportunidad de “resetearme”.
Entonces…
Si un día pierdo la memoria,
y necesito que alguien me recuerde quién soy,
le voy a pedir a Tommy.
Porque él me ve más linda ahora que cuando nos conocimos.
Ve mis fortalezas incluso cuando yo las olvido.
Conoce mis debilidades… y, en vez de señalarlas,
me las abraza.
Porque para él, cada idea mía es brillante,
aunque no la entienda,
aunque se la explique con papelitos y diagramas.
Y si alguna vez se me borran los proyectos, los sueños, las ganas…
él va a inventar unos nuevos, preciosos, llenos de flores y sentido,
solo para seguir viéndome florecer.
Así que, si alguna vez me pierdo de mí…
ya sé a quién buscar para volver.
Cuando lo compartí con mis hijas…
Lo mandé al grupo de la familia pensando que se iban a reír.
Spoiler: no se rieron.
Nicole dijo que las pinté horrible y que “nama papi se llevó las flores”.
Gaby sentenció que parecían “una miseria de hijas”,
y exigió que el próximo journal fuera sobre lo orgullosa que estoy de ellas.
(Con toda razón).
Así que, como mamá que escribe…
acá va mi respuesta.
Parte II:
💌 Queridas Gaby y Nicole:
Antes que nada…
¡respiren profundo!
Esto no era una cancelación pública ni un juicio final.
Era una dramatización artística, con fines literarios y un toque de humor maternal.
(O como dicen ahora: era contenido).
Gaby, tú no eres una miseria de hija.
Eres mi primera escuela, mi prueba piloto con todo el amor del mundo.
Gracias a ti descubrí que ser mamá no era solo una función…
era una vocación.
Sí, nos equivocamos —ambas—,
pero también nos reímos, crecimos y nos reconstruimos.
Y aunque la teoría de Darwin no llegó a tiempo,
te llegó la sabiduría, la ironía, el corazón gigante
y esa forma tan tuya de analizar el universo mientras lo cuidas.
Nicole, tú no estás pintada horrible.
Estás pintada con comedia,
como tú misma cuentas las cosas,
como cuando haces memoria selectiva con talento olímpico.
Pero tú eres mi risa más constante,
mi desorden favorito,
mi niña que le gustan las colitas perfectas y las preguntas capciosas.
Y aunque olvides todo lo bueno,
yo sé que está guardado en tu corazón,
en algún lado entre un sushi bien hecho
y una playlist con Bad Bunny y Taylor Swift.
Y sí…
Papi se llevó todas las flores.
Pero porque ustedes saben que él las siembra,
las riega,
y después me las lleva en el café de la mañana.
Yo no tengo hijas miserables.
Tengo mujeres completas, únicas,
que saben cuándo reclamar su espacio incluso en un texto de su mamá.
Y por eso,
me siento la más afortunada del planeta.
Con amor,
la mamá que escribe, ríe, se emociona…
y luego corrige porque sus hijas le hacen un “review” con sinceridad brutal.
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