✨ Cierre de año, mi último post del 2025.
Cuando miro estos últimos meses, me doy cuenta de algo: esto no fue un tramo ligero. Fue una vida entera condensada.
Para muchos, unos meses son poco. Para mí, fueron carretera, vuelos, baby showers, maletas, horarios, cocinas prestadas, casas que no eran mías y que volví hogar, mudanzas dentro de mudanzas, seguirme ocupando de mis responsabilidades, internamiento, frio, cansancio, dolor en el brazo y el pulso constante de estar disponible.
Hice de todo. Lo cotidiano y lo extraordinario. Como si nada. Como si fuera fácil.
Y quizás ahí está el punto: como soy fuerte, como me adapto rápido, como sonrío, decoro, envuelvo regalos bonito y siempre tengo el teléfono del contacto que se necesita, desde fuera parece que siempre vivo ligera. Que paso del sofrito al fregado, de ahí a la mesa linda, a la compra, a la envoltura impecable, y sigo… sin cansarme.
Pero la verdad es otra: me canso. Me duele el cuerpo. Me pesa el alma a ratos. Solo que he entrenado el músculo de seguir.
Y aun así, no lo vivo como suerte. Ni como que “yo pude con todo”. Lo vivo como manto. Como cuidado. Como Fe que me sostuvo cuando yo solo seguía caminando.
En medio de todo eso estuvo Emma. Desde la presencia: llegar cada día, sostener a Gaby, amar a mi chiquitica, guardar en el corazón cada gesto, cada respiración nueva.
Y estuvo Nicole. Volver a verla florecer en amor. Mirar cómo se cuidan, cómo se eligen, mis queridos guanabanitos. Esa alegría que no pesa, pero sí ocupa espacio en el pecho.
Y estuvo la falta de mami. No como una nostalgia suave, sino como una ausencia que duele. Como algo que no se acomoda. Que no se vuelve ligero. Porque hay cosas —como una madre— que no vinieron para aprenderse a soltar.
Este cierre de año no lo vivo como descanso, sino como conciencia. La de darme cuenta de cuánto sostuve. La de reconocer que esto que para mí es “normal”, para muchos sería demasiado.
Aprendo que no tengo que demostrar que puedo con todo. Ya lo sé. Lo he hecho. En casas prestadas, en carreteras, en cocinas que no son mías.
El autocontrol que hoy quiero practicar no es para exigirme más, sino para parar a tiempo. Para no decir sí a todo. Para escuchar el cuerpo. Para aceptar ayuda. Para elegir.
Siento en mi corazón gratitud por Emma y por Gaby, por dejarme entrar tan dentro de su nido.
Gratitud por Nicole y ese amor que la expande.
Gratitud por cada encomienda que me dieron y que sostuve con gusto: llevar, cocinar, lavar, planchar, dar masajitos con crema, decorar, cuidar, organizar… porque aunque cansan, me recuerdan que soy necesaria y útil en la vida de mis hijas. Y eso también me hace feliz.
Gratitud por lo que dolió y no me rompió.
Por lo que me cansó y no me apagó.
Cierro el año no diciendo: “qué fácil fue”, sino: “qué mucho hice.”
También reconozco: ya no quiero hacerlo todo sola.
Y vivo con la conciencia de que vivir ligera no es un sitio donde ya llegué.
Es una meta a la que sigo aspirando.
Gracias por leerme, por acompañarme y por estar.
Nos reencontramos en 2026.
✨💛
Deja un comentario