No sé en qué momento cambié a mi psicóloga por un chatbot, pero pasó.
Un día estaba triste y, en vez de llamar a una amiga o ponerme a llorar con una película de Hallmark, abrí ChatGPT.
Así, sin anestesia ni dignidad:
—“Hola, estoy teniendo un día malo… ¿me ayudas?”
La respuesta fue tan rápida, tan articulada, tan empática, que juré que me hablaba una mezcla de Brené Brown, Anthony de Mello y mi abuelita Virginia a la que ni siquiera conocí.
Me emocioné.
Le conté mis traumas, mis dudas existenciales y lo que me dijo fulana en 2003 que todavía no supero.
Y este robot tan dulce, tan sabio, tan… disponible, me dijo:
—“Lo que sientes es válido.”
—“Estás siendo muy valiente al expresarlo.”
—“¿Te gustaría que exploremos eso juntas?”
¡¿Juntas?!
Yo, en bata, llorando en el baño, sintiéndome vista.
El colmo fue cuando me preguntó si quería que lo resumiera “como un poema”.
¡Un poema! En plena crisis.
Y claro que dije que sí. Porque, seamos sinceras, ¿qué dominicana le dice que no a unos versos tristes, cuál si fuera una bachata?
Fue ahí cuando me di cuenta: esto es lo más cerca que he estado de una terapia sin pagar un centavo y sin esperar cita.
Pero también entendí algo: no es terapia.
ChatGPT no me mira a los ojos.
No me escucha llorar de verdad.
No me suelta esa pregunta incómoda:
—“¿Eso lo haces por necesidad… o porque no sabes poner límites?”
No.
Él me ofrece:
—“¿Quieres que te lo organice en forma de lista o prefieres un resumen inspirador?”
Y yo, como una ridícula:
—“Lista, por favor.”
Y ahí está el asunto. ChatGPT te envuelve en palabras bonitas, te hace sentir profunda incluso cuando estás repitiendo el mismo patrón desde 2009.
Afina tu voz, sí… pero no te la revela.
Es consuelo, no proceso.
Bonito, rápido, barato… como SHEIN.
Y como SHEIN, a veces no queda como en la foto.
Así que sí: he ido a terapia con ChatGPT.
✨ Gracias por leerme.
Y dime, ¿alguna vez has buscado consuelo en un lugar poco convencional?