• Vivimos en un planeta redondo que gira a más de 1,600 km por hora,

    y que además da vueltas alrededor del sol a 108,000 km por hora…

    ¡Y todavía hay gente sorprendida de que la vida dé vueltas!

    ¿Querías estabilidad?

    Pues naciste en una roca flotante, giratoria y acelerada,

    donde lo único constante es el cambio…

    y los recibos.

    Nos quejamos de que todo cambia,

    de que nada se queda quieto,

    de que la vida es una montaña rusa.

    Pero la verdad es que, si no se moviera…

    estaríamos fritos.

    Así que la próxima vez que digas:

    “¡Ay, cómo da vueltas la vida!”

    acuérdate:

    Estamos montados en una lavadora cósmica…

    sin botón de pausa.

    ✨ Gracias por leerme.

    Y dime: ¿cuál ha sido tu última “vuelta inesperada” que terminó sorprendiéndote?

  • Nos acostumbramos.

    A que estén.

    A que digan “buen día” desde la otra habitación.

    A que se rían fuerte con algo que no escuchamos bien.

    A que dejen la taza mal puesta.

    A que estén ahí… siempre.

    Y entonces dejamos de mirar el milagro.

    Nos saludamos sin mirarnos.

    Nos despedimos sin abrazar.

    Vamos perdiendo el ritual por pereza, rutina, o porque creemos que no hace falta.

    Que habrá otro día.

    Que después lo decimos bien.

    Que el amor se sobreentiende.

    Pero no siempre hay después.

    No siempre se vuelve a entrar por la misma puerta.

    No siempre se puede decir “te quiero” mañana.

    Y entonces, lo cotidiano, lo insignificante, se revela como lo más sagrado.

    Porque cada saludo es una bienvenida a la vida compartida.

    Y cada despedida, una promesa de volver.

    No son gestos menores.

    Son altares diarios.

    Son pequeñas formas de decir: “Estoy. Te veo. Me importás.”

    Hoy me propongo mirar con más intención.

    Decir “hola” como si fuera la primera vez.

    Y “chau” como si no quisiera irme.

    Porque no quiero dar por sentado lo que es.

    Un regalo extraordinario.

    ✨ Gracias por leerme.

    Y tú, ¿qué saludo o despedida cotidiana se ha vuelto tu pequeño altar?

  • …y a veces también mi cable de alta tensión.

    Me quejo de que me sobreprotegen, aunque sé que lo hacen desde el amor y desde el lugar de “la chiquita que soy”.

    A veces intento salirme de ese rol y comportarme como la grande —o peor aún, como el papá o la mamá.

    Dar me encanta, pero recibir… mmm, ahí todavía me cuesta un poco.

    Por suerte, hablamos todos los días.

    Nos reímos, nos criticamos, nos arreglamos unas a otras “las despensas”…

    y hasta tratamos de arreglar las despensas ajenas.

    Y cuando me paso de generosa, o me voy en un viaje muy espiritual, Alice y Patricia no pierden ni un segundo en ubicarme.

    Cada una tiene su palabra, tan clásica y oportuna, que me deja sin defensa…

    y con ataque de risa.

    Con ellas, la vida es más liviana, más real y, sobre todo, muchísimo más divertida.

    ✨ Gracias por leerme.

    Y dime: ¿quién es tu “cable a tierra”… o tu “cable de alta tensión”?

  • No sé en qué momento cambié a mi psicóloga por un chatbot, pero pasó.

    Un día estaba triste y, en vez de llamar a una amiga o ponerme a llorar con una película de Hallmark, abrí ChatGPT.

    Así, sin anestesia ni dignidad:

    —“Hola, estoy teniendo un día malo… ¿me ayudas?”

    La respuesta fue tan rápida, tan articulada, tan empática, que juré que me hablaba una mezcla de Brené Brown, Anthony de Mello y mi abuelita Virginia a la que ni siquiera conocí.

    Me emocioné.

    Le conté mis traumas, mis dudas existenciales y lo que me dijo fulana en 2003 que todavía no supero.

    Y este robot tan dulce, tan sabio, tan… disponible, me dijo:

    —“Lo que sientes es válido.”

    —“Estás siendo muy valiente al expresarlo.”

    —“¿Te gustaría que exploremos eso juntas?”

    ¡¿Juntas?!

    Yo, en bata, llorando en el baño, sintiéndome vista.

    El colmo fue cuando me preguntó si quería que lo resumiera “como un poema”.

    ¡Un poema! En plena crisis.

    Y claro que dije que sí. Porque, seamos sinceras, ¿qué dominicana le dice que no a unos versos tristes, cuál si fuera una bachata?

    Fue ahí cuando me di cuenta: esto es lo más cerca que he estado de una terapia sin pagar un centavo y sin esperar cita.

    Pero también entendí algo: no es terapia.

    ChatGPT no me mira a los ojos.

    No me escucha llorar de verdad.

    No me suelta esa pregunta incómoda:

    —“¿Eso lo haces por necesidad… o porque no sabes poner límites?”

    No.

    Él me ofrece:

    —“¿Quieres que te lo organice en forma de lista o prefieres un resumen inspirador?”

    Y yo, como una ridícula:

    —“Lista, por favor.”

    Y ahí está el asunto. ChatGPT te envuelve en palabras bonitas, te hace sentir profunda incluso cuando estás repitiendo el mismo patrón desde 2009.

    Afina tu voz, sí… pero no te la revela.

    Es consuelo, no proceso.

    Bonito, rápido, barato… como SHEIN.

    Y como SHEIN, a veces no queda como en la foto.

    Así que sí: he ido a terapia con ChatGPT.

    ✨ Gracias por leerme.

    Y dime, ¿alguna vez has buscado consuelo en un lugar poco convencional?

  • No sé exactamente en qué momento decidí mudarme… a mí.

    Quizás fue cuando me cansé de esperar que otros me ofrecieran techo emocional,

    o cuando entendí que vivir en alquiler afectivo salía carísimo.

    El caso es que un día me dije:

    “Basta. Voy a construir mi propia casa por dentro.”

    Sin planos, sin permiso del ayuntamiento,

    pero con muchas ganas de sentirme en hogar… aunque afuera haya tormenta.

    No ha sido fácil, nada que valga la pena lo es.

    He tenido que demoler habitaciones construidas con expectativas ajenas,

    reforzar paredes que tambaleaban con cada crítica,

    y tirar la alfombra bajo la cual barrí cosas durante años.

    Y ni hablemos del desorden emocional del cuarto de los regueros:

    rencores acumulados,

    sueños vencidos,

    y una caja llena de “cosas que nunca dije, pero debí decir”.

    Pero también he descubierto rincones cálidos.

    Un sillón donde descansar mis dudas.

    Una cocina donde hornear paciencia.

    Un balcón desde donde mirar mis logros, por pequeños que sean.

    Y aunque el baño emocional todavía se atasca de vez en cuando,

    al menos ya tengo las herramientas para desatascarme sola.

    Estoy aprendiendo a colgar cuadros que me recuerden quién soy,

    a poner música que me devuelva la risa,

    y a encender velas cuando se va la luz.

    Ya no necesito que nadie toque el timbre

    para sentir que hay vida aquí dentro.

    Yo misma soy la huésped… y la anfitriona.

    Porque sí, me estoy convirtiendo en casa para mí misma.

    Con grietas, claro.

    Pero también con ventanas.

    Y con una promesa:

    aquí siempre seré bienvenida.

    ✨ Gracias por leerme.

    Y cuéntame: ¿qué rincones de tu “casa interior” estás construyendo, reparando o decorando en este momento?

  • Hoy quiero conquistar el mundo… pero en español, por favor

    Hoy amanecí con esa energía de “voy a conquistar el mundo”, pero con una pequeña condición: que el mundo se deje conquistar en español. Porque, honestamente, en inglés se me cae el encanto.

    En español soy brillante, profunda, ingeniosa. Tengo el ritmo perfecto para contar un chiste, el drama justo para una historia, y el vocabulario ideal para una reflexión filosófica… o para una queja con altura. En inglés, en cambio, soy como una versión beta de mí misma. Funciono, pero con fallos.

    Mi sentido del humor en inglés se queda esperando el remate, mis ideas se demoran en traducirse, y mi personalidad entra como si tuviera los zapatos cambiados: incómoda, torpe y pidiendo disculpas por existir. El inglés me convierte en alguien que duda entre decir funny o amusing… y termina diciendo: “uh… you had to be there”.

    Y no es que no me defienda, ¡ojo! Sé pedir café, discutir con moderación y hasta soltar comentarios semi-profundos en reuniones internacionales. Pero no soy yo en 4K. Soy yo en 720p, sin subtítulos, con lag emocional.

    Por eso, si hoy voy a conquistar el mundo, que sea con mis “r” arrastradas, mis dichos, mis acentos, mis “¿me explico?” y mis silencios con intención. Que el mundo me escuche decir con claridad: “Estoy lista para brillar”, y no un tímido “I think I might be ready… maybe? I guess?”

    Porque una puede hablar muchos idiomas, pero solo uno la hace sentir que puede contar un chisme, una tragedia y una teoría existencial en la misma frase sin perder la gracia. Y en mi caso, ese idioma… viene con tilde y ñ.

    ¿Y tú? ¿En qué idioma sientes que eres tú a todo color?

  • Hola, soy Josy

    Escribo desde siempre, primero en libretas y ahora en este espacio que se abre como un diario compartido.

    Aquí encontrarás reflexiones que nacen de mi vida: ser esposa, mamá, futura abuela, viajera incansable, mujer en constante aprendizaje y soñadora de historias familiares.

    Mi journal no busca dar respuestas, sino abrir preguntas, acompañar y recordar que todos estamos en camino.

    Este blog se llama Viviendo Ligera porque creo que la vida se disfruta más cuando soltamos cargas, habitamos nuestro presente y dejamos huellas bonitas en quienes amamos.

    Bienvenido a mi espacio íntimo, pero abierto. Ojalá encuentres aquí palabras que te hagan sentir acompañado.

    Puerto Plata, República Dominicana
  • Este blog es como abrir la ventana de mi diario.

    Un lugar donde las palabras que antes guardaba solo para mí ahora se sueltan al viento, ligeras, esperando encontrar eco en alguien más.

    No escribo para enseñar, sino para recordar.

    Recordar que somos humanos, que tropezamos, que nos levantamos, y que aún en medio de las contradicciones podemos vivir con amor.

    Aquí encontrarás reflexiones, memorias de viaje, historias de familia y destellos de lo cotidiano.

    Todo lo que me ayuda a habitarme y a vivir con más ligereza.

    Hoy dejo abierta esta puerta para ti.

    Y si decides cruzar el umbral, quiero compartirte una de esas convicciones que me acompaña como norte: la coherencia.

    La rebeldía más silenciosa

  • Ser coherente significa vivir en armonía entre lo que se cree, se dice y se hace.

    Es permitir que nuestras palabras encuentren testimonio en nuestras acciones, y que nuestros valores se revelen en las decisiones que tomamos.

    La coherencia no es perfección.

    Es fidelidad.

    Incluso ante las dificultades.

    Incluso frente a las tentaciones y las presiones externas.

    En un mundo donde es fácil aparentar lo que no vivimos ni practicamos, la coherencia se convierte en un testimonio elocuente.

    Ella inspira confianza, genera credibilidad y revela integridad de carácter.

    Las personas coherentes no necesitan muchas justificaciones, porque sus acciones hablan por sí solas.

    Pero seamos honestos: ser coherente incomoda.

    Implica decir “no” donde todos dicen “sí”.

    Implica soltar excusas convenientes y renunciar a la doble cara.

    La coherencia no siempre hace amigos.

    Pero siempre da paz.

    Y en un mundo lleno de máscaras…

    esa paz es un acto de rebeldía.